dimanche 7 septembre 2008

UNA VACA INDIFERENTE


El ultimo tren a vapor desde el Volcán trayendo ganado argentino hasta Puente Alto, llego aquella mañana de 1961 y se estaciono frente a la fábrica Yeso Romeral, al costado noreste de la plaza Arturo Prat. Al detenerse el viejo convoy, una veintena de arrieros comenzaron a abrir las puertas de los carros. Del interior de los oscuros vagones, mugiendo y con los ojos desorbitados por la incertidumbre y el pánico, comenzaron a dejarse caer aparatosamente enormes animales. A los gritos que formaban los arrieros azuzando los animales, se mezclaban los bramidos y la polvareda que se levantaba con los pesados cascos de la tropa.
Todo un caos vino a transformar aquella apacible mañana de enero.
Me encontraba jugando en medio de la calle 8 de febrero y vi algo que me impresiono tanto como la llegada de los animales.
Al igual que la salida de una carrera de algún Derby, se abrieron las puertas de todas las casas de mi cuadra y comenzaron a salir al unísono: jóvenes, muchachas, niños descalzos, mujeres a medio vestir, otras con pañuelos en la cabeza (ocultando los rulos para el encrespado), ancianos vecinos apoyándose en algún bastón. ¡Todo el mundo presto a no perderse el espectáculo! Allí en un griterío general, - Y muy similar al tropel que llegaba en el tren, mis vecinos con las vestimentas y cabellos al viento corrían cruzando la plaza Arturo Prat. Todos hacia Concha y Toro. Atrás quedaban las ollas humeando para la pitanza del mediodía, atrás quedaba el aseo cotidiano de la casa. Descansaban momentáneamente escobas y plumeros. Se interrumpieron de golpe todas las actividades propias de una casa por la mañana. Se levantaron legañosos aquellos dormilones de verano. ¡La visión era única e insólita, no había que perdérsela! La mayoría de mis vecinos conocían las reses en forma de biftecs o de asado, y estos últimos muy de tarde en tarde. Ver tanto ganado vivo y de tan cerca no era algo común. De ahí la trifulca.
Hacia poco tiempo que el matadero de Puente Alto tenia un nuevo lugar. Ahora estaba en los bajos del rio Maipo, allí cerca del puente San Ramón, antes estaba en calle Concha y Toro, frente a la larga muralla gris del patio de la estación del Llano de Maipo. Fue la primera y única vez que vimos a los animales conducidos a pie al sacrificio. ¡Que espectáculo para grandes y chicos! Los cientos de animales de variados colores, ahora ocupaban toda la calle y parte del terreno baldío que daba frente a la plaza. Un fuerte olor a estiércol fresco lo invadió todo. Los espectadores prudentemente, se quedaron todos al lado de una protectora acequia de oscuras aguas, que nos servía de piscina en los calurosos meses de verano y que en aquellos tiempos corría a lo largo de la plaza. El transito estaba interrumpido a todo lo largo de la calle, pasajeros de micros y buses detenidos, miraban con perplejidad los enormes animales. El ganado, cabeza gacha y de mala gana avanzaba ahora, mugiendo y levantando aun mas tierra impidiendo ver el final de la columna. De vez en cuando, desde la masa compacta y homogénea de animales, sobresalía el lomo de algún toro tratando de transmitir sus genes. La elegida, sin inmutarse por tan alta estimación del semental, continuaba su forzada marcha rumiando sus oscuros pensamientos. Fue en la escapada de algunas cabezas, que una enorme vaca blanquinegra y de hinchadas ubres blancas, metió sus patas delanteras en la acequia que nos servía de piscina. Se desequilibro entera y pesadamente se fue de costado, dejándose caer a lo largo y ancho del curso de agua. El animal, fatigado tal vez de un viaje que había durado meses, soportando el cansancio, el frio cordillerano en las noches y el viaje final en el rustico tren, dando tumbos a todo lo largo del viaje contra las paredes de dura madera, expandía ahora sus bofes en medio del riachuelo, interrumpiendo con su enorme cuerpo el pequeño caudal.
Se acercaron a pie algunos arrieros y comprobaron que el vacuno no tenía las patas quebradas. Se alejaron y volvieron con un grueso tablón que, a modo de palanca pusieron sobre el vientre del animal. También le fue amarrada una cuerda entre los cuernos para tirarla. Contaron hasta tres y mezclando los gritos a sus fuerzas trataron de levantarla. Todo fue en vano, la vaca no se movió ni un centímetro, respondió a los esfuerzos de los arrieros con un largo y melancólico mugido. Los arrieros se alejaron llevándose la cuerda y el tablón y continuaron su faena.
La cabeza de la columna había llegado ahora frente al pantano y la vaca echada con los ojos somnolientos continuaba sin moverse.
- ¿No estará muerta? - Pregunto una mujer.
- ! No iñora! - ! No esta viendo que muee las orejas !
- Fue la contundente respuesta.
- A lo mejor tiene una pata quebrà. - Agrego otro erudito.
La apacible vaca parecía disfrutar del frescor del agua resbalándole por su gruesa piel. Ajena a los comentarios e indiferente a los cientos de espectadores, continuaba a ver desfilar a sus congéneres en dirección a su última morada, el matadero puentealtino. Fue entre los Hayes de admiración, comentarios absurdos y conversaciones de animales, que escuche a una mujer de mi barrio proponer algo tirado de las mechas.
- ! Que alguien vaya a buscar un pañuelo rojo para ponérselo al frente, así lo hacen en España !
De toda evidencia, la señora había confundido la medialuna con la plaza de toros. Paso un momento y la vaca, haciendo un enorme esfuerzo, embarrada y resoplando se puso de pie, creando el pánico entre los curiosos que habían tenido la osadía de acercársele demasiado. Recularon todos como un resorte, asustados. El animal, no se digno entregarles ni una indiferente mirada. Se sacudió entera botando el agua fangosa de su cuerpo, movió las orejas y el rabo y mucho mas fresca ahora, a paso pando gano la tropa.A la vaquita, el mundo taurino le era lejano e indiferente... Simplemente se había tomado un merecido y refrescante descanso.

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